Tal y como adelantábamos en la entrada Y se hizo la luz, el perfeccionamiento técnico y apogeo de la linterna mágica se produjo en los siglos XVIII y XIX. Y es que, durante este último siglo, la idea de reproducir el movimiento se convirtió en un deseo masivo.
Sin embargo, ya en el siglo XVII comenzaron a ser frecuentes en Europa Occidental las representaciones teatrales de sombras chinescas, las cuales llegaron a España a finales del siglo XVIII. (Desde 2011 son Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad). Por lo que ya existía la costumbre de emplear los juegos ópticos para entretener y sorprender al público en los múltiples espectáculos callejeros organizados por feriantes.
La linterna mágica fue impulsada gracias a los avances en óptica que se produjeron en el siglo XVII. Los diferentes modelos que fueron surgiendo permitieron amplificar, a través de lentes, imágenes pintadas sobre placas de vidrio[1] que eran iluminadas con gran intensidad. Dichas placas ya eran consideradas un objeto artístico en esa época, interviniendo para su decoración pintores e ilustradores de renombre, como Gustave Doré. Desde mediados del siglo XVIII se tiene constancia del manejo de la linterna mágica en España, mediante las alusiones que se hacían en la prensa a espectáculos ambulantes de personas como Francisco Callejo o Juan González Mantilla. Ilustrados como Jovellanos se mostraban recelosos de este tipo de artilugios y mensajes, frecuentemente de carácter satírico y crítico hacia la nobleza y la monarquía. Pero en la calle causaban sensación, y estos espectáculos llegaron a convertirse en una vía de comunicación social.
Retrato de Gustave Doré (Nadar, 1867)
Uno de los tipos de proyecciones más aclamados de linterna mágica fueron las fantasmagorías, puestas de moda en Europa durante la Revolución Francesa. Su pionero fue el mago Phycisist Phylidor, que comenzó a representarlas durante la última década del siglo XVIII. Étienne-Gaspard Robert (conocido como Robertson), de formación eclesiástica pero interesado en la física y la magia, visitó uno de los espectáculos de Phylidor, y decidió entonces explotar el potencial que podían ofrecer las fantasmagorías. Los espectáculos audiovisuales de Robertson se basaban en sus conocimientos sobre la cultura clásica, la religión y la iconografía moralizante de seres fantásticos. El tema destacado era la muerte, recurriendo a ambientes de cementerios, ruinas nocturnas y tétricas, y a criaturas mitológicas, diablos, brujas o ermitaños. Robertson, además de linternas mágicas simples, empleó el fantoscopio, una variante de la linterna mágica provista de un pie con ruedas, que permitía acercar o alejar las imágenes para aumentar o disminuir su tamaño. Las fantasmagorías de Robertson tuvieron un gran éxito, gracias, por un lado, a sus múltiples efectos sonoros y visuales; y por otro, al apogeo cultural del Romanticismo.
Fantasmagorie de Robertson dans la Cour des Capucines en 1797. Grabado recogido en su obra Mémoires récréatifs, scientifiques et anecdotiques du physicien-aéronaute E.G. Robertson (1831-1833)
Posteriormente, durante el siglo XIX, tanto la linterna mágica como el fantoscopio convivieron con una gran variedad de instrumentos y juguetes ópticos, que muchos fabricantes patentaron gracias al fenómeno que produjo la teoría de la persistencia retiniana, clave para el nacimiento del cine. Pero estos temas tan fascinantes los abordaremos en profundidad en próximas entradas.
[1] Existen diferentes tipos de vistas para linterna mágica. Por ejemplo, se denominan cromatoscopios a aquellas cuyos cristales forman dibujos geométricos, imitando la visión ofrecida por un caleidoscopio. Fueron ideados en 1844 por el linternista Henry Langdon Childe. Las placas también se pueden clasificar según su formato (circular, lineal, cíclico, cinemático o combinado).
Me encanta esta entrada. Es apasionante este momento pre-cine.
ResponderEliminarMuchas gracias Mar. Lo es, efectivamente. Continuaremos con esta etapa unas semanas más.
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